Antes de la apertura
petrolera éramos un país con una economía basada en la agricultura, el
modelo económico que predominaba era el semi feudal con una fuerte presencia
del latifundio, donde se establecía una relación de sumisión, los dueños
de las tierras, latifundistas y terratenientes, llamados también los
grandes cacaos y, por otro lado, los y las que sólo poseían la fuerza de
trabajo, los campesinos pobres. Una de las modalidades de explotación era
la “medianía” donde los terratenientes ofrecían sus tierras en
calidad de préstamos o una especie de alquiler, para explotarlas con la
condición de obtener más de la mitad de la ganancia que ésta generaba. Este
tipo de relación generó una serie de luchas y batallas que van desde la guerra
federal, liderizada por Ezequiel Zamora, quien representaba a un sector de la
sociedad de ese entonces, integrada por agricultores o campesinos medios,
que luchaban contra la expoliación de los grandes terratenientes; hasta peleas por
las tierras más contemporáneas las cuales desembocaron en fórmulas
reformistas como las agrarias, hechas por los partidos AD y COPEI, quienes
la utilizaron bajo la estrategia de desarmar política y socialmente a
la guerrilla de los años 60, la cual enarbolaba como bandera de lucha, la
distribución justa de la tierra, reformas muchas veces utilizadas con
matiz politiquero y electoral pero que realmente no resolvía el problema de la
injusticia social con respecto a la propiedad de la tierra.
Cabe destacar que en nuestro desarrollo
económico-social no ha existido un modo de producción puro,
ya que los rezagos del modo de producción feudal se combinó con rasgos de
una economía tipo “comunidad primitiva” como la denominó Marx
(conucos, rosas, agricultura de subsistencia, etc.) y al mismo tiempo coexistían
con relaciones de producción capitalistas. De esta manera, los
antiguos terratenientes o sectores oligárquicos, fueron incorporando
tecnologías, introducen el salario por jornal, aspectos estos propios del modo
de producción capitalista. Con la aparición de la industria petrolera, penetran
los paquetes tecnológicos para mayor explotación de la tierra al servicio de la
agroindustria (monocultivos, agrotóxicos, mecanización, sistemas de riegos) por
supuesto, que quienes pueden adquirir estas maquinarias son los grandes
terratenientes y los(as) campesinos(as) pobres, al verse que no pueden
competir, terminan vendiendo sus pequeñas propiedades a terratenientes y pasan
a trabajar para él como jornalero o jornalera. Este tipo de relación fue
traída por la mal llamada revolución verde (finales de los 50 y
años 60 del siglo pasado, cuyo argumento era acabar con el hambre del mundo y
producir más desde la visión del monocultivo, fortaleciendo a la agroindustria,
desplazando así a la agricultura de subsistencia (con enfoques que mantenían el
equilibrio lo más parecido a lo natural).
Sin romper totalmente con las características de
los distintos modos de producción, progresivamente se acelera el abandono del
campo, el comercio pasa a ser más lucrativo al igual que la
exportación de materia prima. El campo es muy riesgoso, hay
inseguridad, falta de vialidad, tasa de ganancia muy baja, el ciclo de siembra
está sometido a eventualidades y es más largo el ciclo de retorno de capitales
por la siembra que por el comercio. Este último es más rápido
y se puede manipular más la inflación y el acaparamiento. Partiendo
de la razón fundamental del capital o como dice Meszaros su “metabolismo”, su
fin último es succionar trabajo excedente y convertirlo en ganancia. Esta es
una de las razones que permiten explicar por qué no hay inversión en el campo:
la tasa de ganancia en este sector es menor que en el comercio, en el negocio
inmobiliario o en la tasa de interés bancaria. Esta raíz
estructural de nuestra economía genera lo que se conoce como
“desproporción sectorial”: el comercio y servicios son inmensos, pero no
tiene correspondencia con el tamaño de la industria y la agricultura. La
burguesía de ese entonces hace mayores inversiones en el sector terciario
(comercio, servicios o exportación de materia prima), mientras que el y la
campesino(a) pobre emigra hacia las grandes ciudades en el eje
norte costero de nuestro país, en donde el “bum petrolero” favorece un
desarrollo distorsionado de dicho eje, caracterizado como economía de puerto.
Estas deformaciones sectoriales responden a la lógica de la acumulación
capitalista mundial donde los centros hegemónicos imponen relaciones
neocoloniales a los diversos países, incluido el nuestro, generando el
abandono del campo y la imposición de enclaves agroindustriales en algunas
regiones.
El régimen de producción capitalista guiado por la
búsqueda de la máxima ganancia, genera una
división del trabajo que no sólo se concreta en la fábrica sino entre países y
regiones del mundo. Estas determinaciones son conocidas como características
de la división internacional del trabajo, asociada al modelo de acumulación:
· Mayor
concentración y centralización de la propiedad en monopolios y en países
hegemónicos.
· Unos cuantos
países neocolonizados y dependientes se especializan en ser proveedores de
materia prima e importadores de manufacturas.
· Se genera una
relocalización industrial, donde en los países dependientes se ubican las
industrias contaminantes, los países imperialistas se
aprovechan de las llamadas ventajas comparativas (mano de obra barata, materias
primas abundantes, seguridad jurídica, estabilidad política, apertura
comercial, etc.).
Tales premisas, se materializaron en el modelo de
industrialización en Venezuela, bajo las orientaciones y visiones de las
trasnacionales y los grupos monopolistas, como economía dependiente de la renta
petrolera caracterizada por:
1. Concentración y
centralización de la propiedad (monopolio y oligopolio)
2. Anarquía del
mercado que conduce a las deformaciones y desproporciones sectoriales,
ocupación distorsionada del territorio.
3. Desarrollo de la
división social del trabajo que separa las actividades manuales de las
intelectuales y distancia la ciudad del campo.
4. Subutilización de
la capacidad instalada industrial, sobre diversificación de bienes y servicios,
consumo enajenado.
5. Aprovechamiento
por parte de las empresas trasnacionales de las ventajas comparativas: energía,
materia prima, mano de obra barata.
6. Producción
primario exportador: producción de materia prima y productos semi elaborados e
importación de manufacturas derivadas de dichos productos.
7. Control
tecnológico no sólo en equipos y maquinarias, sino en patentes y licencias.
8. Imposición de
precios y contrataciones fraudulentas
9. Alto nivel de
contaminación y acumulación de pasivos ambientales.
10. Atomización y
fragmentación de las ramas de actividad al no tener la perspectiva de redes
productivas y no planificar la producción. En general no se eslabona la
cadena: producción, transformación, distribución, consumo.
Estos 10 indicadores de nuestra economía condujo
durante décadas a la deformación estructural ya anteriormente señalada, que se
constata en la desproporción de los sectores económicos: sector primario
signado por la monoproducción con poco valor agregado, agricultura en ruinas,
sector de servicios y comercio hipertrofiado, es decir, un crecimiento que no
guarda proporción con la base agrícola-industrial, patrones de consumo
importados, inducidos por capas sociales de altos ingresos.
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